martes, 2 de diciembre de 2008

Seguridad...o libertad



Dos palabras. Dos ideas, dos privilegios que la mayor parte del mundo civilizado cree conocer. Pero esto no puede ser así, no se puede disfrutar de ambas, pues son ideas opuestas, son objetivos radicalmente enfrentados. Por un lado la seguridad, que implica orden, estabilidad, linealidad... la cara previsible y estructurada de la vida, aquella que, presumiblemente, nos hace sentir a gusto cuando podemos aventurar, sin miedo de cometer grandes errores, lo que va a ser de nuestra vida en un futuro a corto y medio plazo.
En el extremo opuesto, la libertad; el caos, la ausencia de barreras, lo inesperado, las cosquillas del nunca saber que va a ser lo siguiente...

No es difícil ver que no se pueden aumentar las dosis de una sin que perdamos parte de la otra, un mundo de completa libertad seria altamente peligroso para todos, pues quedaríamos a merced de la libertad de los demás, a merced de nuestros propios errores, de nuestra misma torpeza... en definitiva, a merced del mundo. En una realidad perfectamente segura, en cambio, nuestra capacidad de decisión se vería reducida a elecciones nimias y banales, con opciones a escoger entre un abanico ya determinado de antemano. Por esto, se intenta buscar un equilibrio entre ambas, un punto intermedio que nos permita al menos vislumbrar un destello de ambas... ¿O no?

Echad un vistazo por la ventana, ahí abajo, a esa calle gris en que van encendiéndose las farolas, con la gente andando arriba y abajo en sus chaquetones, sin mirar a nada ni nadie fuera de sus propios pies... La balanza dista mucho de estar equilibrada, pero ah, no podemos quejarnos... Eso que tenemos lo hemos elegido nosotros. O eso dicen. Sin embargo, parece que el instinto de autoconservación del hombre ha sido lo primero desde que aquel maldito mono se puso en pie, y a esto hemos llegado.

Una libertad cortada tras otra, como un seto que va menguando a manos de un jardinero demasiado patoso que intenta una y otra vez arreglar sus contínuos errores. Sabes que tienes que estudiar, porque así funciona el mundo. Que tienes que sacarte una carrera para poder trabajar y ganar mucho dinero... Y comprarte un coche enorme y un piso en el centro, y casarte con una mujer que no conoces y aportar hijos a la colmena. Hijos que no verás crecer, porque para eso están las guarderias.
Así que pasarás tu vida en una oficina o un taller, permitiéndote un mes de vida al año en que viajarás a todo correr por tantas ciudades como puedas en el mínimo tiempo. Y harás muchas fotos de sitios que no has conocido. Para poder mirarlas el resto del año, o enseñarlas a las visitas. Al final te jubilarás, y languidecerás lentamente durante una cantidad exagerada de años, viendo tu calidad de vida descender agónicamente hasta que pierdas la autosuficiencia y tengan que cuidar de ti o te encierren en un asilo. Y al final, el cáncer o tu viejo corazón ponen punto y final.

No quiero imaginar el terrible momento en que todo acaba y ves lo que has hecho a lo largo de tu existir... Y yo pregunto... ¿Por qué? ¿Por qué esa obsesión por vivir o, mas bien, subsistir a toda costa? ¿Realmente es tanto el valor de una vida larga? Larga y vacía, digo yo. Cuando masticas el chicle demasiado rato, acaba perdiendo el sabor... ¿Hay acaso un fin mejor que aquel que te llega cuando haces algo que realmente te llena, o cuando intentas uno de esos grandes objetivos que sonaba a sueño imposible, sin importar si tienes veinticinco años o ochenta? Me da mucho miedo morir, muchísimo. Me da mucho miedo morir sin haber vivido, sin haber luchado pòr algo...

Esta obsesión nuestra por no correr riesgos de ningún tipo, por saber que mañana estaremos bien, que nadie ni nada puede acecharnos... Lleva al mas amargo de los finales, a un vacío insípido y desolador...

Leí una vez, en un cuento publicado en la web de Lavondyss, de la que soy un gran fan, una frase que me gustó sobremanera:

"Al respirar el aire de aquella montaña, en un día del que no recuerdo, esperé que todos los días fueran como aquel, sin saber donde dormiría aquella noche, o la noche siguiente. Nunca más. Que todo fuera por siempre incierto, y que jamás bajo ningún concepto, me predijesen el futuro, ni el final de todas las cosas."

No podría estar mas de acuerdo. Siempre he odiado que me hagan planes, que me obliguen a organizar, a preparar. De un viaje se conoce el origen, los primeros pasos a lo sumo... De lo contrario no es un viaje, es una visita guiada, y matas por completo la esencia de éste.

Me estoy preparando para mudarme, para independizarme. Vivo en Barcelona, y en breve marcharé a Málaga. He apalabrado un piso de alquiler eso sí, pero nada mas. La gente se extraña de que me vaya sin un trabajo fijo, sin saber seguro qué quiero hacer, que planes de futuro. Yo sólo sé que estoy cansado de esto, y quiero un cambio de aires. Y dudo mucho que me quede demasiado tiempo allí, porque probablemente tampoco sea lo que busco. Pero solo hay una forma de comprobarlo, y si aquel no es el lugar, otro lo será.

Y aun me queda la espina de mi pequeño viaje, algo que quiero hacer a toda costa antes de que el sentido común me coja en nuestra particular carrera. Quiero echarme una mochila a la espalda, con un poco de dinero, el justo para volver, y un par de mudas de ropa. Y nada mas. Marcharme, a pie, y ver hasta dónde, hasta cuando. Quizás a la semana me cansara de vagabundear, quizás pasen los meses. No lo sé, pero quiero hacerlo, quiero obligarme a mantener al menos esa chispa de espíritu, ese resto de valor.

Quizás se trate de simple inmadurez, pero hace años que no aguanto nada mas de unos pocos meses. He empezado todo tipo de estudios, desde la universidad a cursos de formación ocupacional, he pasado por una decena de empleos convencionales, e inevitablemente, acabo mandándolo todo al carajo al poco tiempo. Niñato mimado, me direis. Quizás. El caso es que a estas alturas sé perfectamente que no podría dedicarme nunca a un trabajo "normal". Intento prepararme para bombero, si me quedo sin dinero, quizás pise el ejército, o saben los dioses que será lo próximo que se me ocurra.

Me conformaré con que haga alzar una ceja a quien me oiga, y provoque alguna mala mirada, o una negación de cabeza. Eso significará que al menos no estoy en su camino vallado, que sigo perdido campo a través... Para bien, o para mal.

No hay comentarios: