miércoles, 29 de abril de 2009

¿Despedida?

Bueno, llevaba ya la ostia sin postear nada, pero es que no me apetecia demasiado, ya avisé al principio que soy tan constante como un bipolar con dos rayas de coca. Peero al final mis días en Málaga han llegado a su fin, desgraciadamente. Estar aqui es un lujazo (mas Málaga ciudad que el pueblucho este que es Coin, pero bueno), así que en cuanto pueda me vuelvo al Sur, pero habia que seguir creciendo.

Y como estaba muy estancado, el siguiente paso tenia que ser algo bien radical, algo que me hiciese crecer de verdad.

Hice las pruebas para el ejército, y hasta mañana no lo sé seguro, pero con toda probabilidad entre a operaciones especiales, un comando como los de las películas, je Ô_ó Jajaja, coñas aparte, será muy duro, pero yo siempre he sido de retos, y el 11 me destinan ya, a Alicante probablemente, así que era tonteria pagar un mes mas de alquiler aqui. No sé cuando podré volver a conectar, así que os dejo un saludo a todos los que me hayais leido, un agradecimiento, y mi último relato del bueno de Aldarion de despedida; largo, pero de los que mas han gustado. Nos vemos!!





Pacto con el diablo

Una vez mas… Una vez mas… No se va… El maldito olor no se va…¡¡No se va!!

La figura de Aldarion se arrodilla de nuevo en el riachuelo junto al río, frotándose insistente y desquiciadamente manos y antebrazos bajo el agua, una y otra vez, con toda su fuerza, arañándose con las propias zarpas, dejando escapar finos hilos de fluido vital cauce abajo. Pero no es el escozor lo que empuja su fobia; Saca las manos del agua, abriéndolas ante sus ojos, y contiene la náusea que vuelve a atenazar su estómago cuando su sensible olfato capta aún el olor de la sangre humana en sus uñas, y la vista parece traicionarle tiñendo intermitente de culpable carmesí la piel que observa.

Muchas veces antes ha matado, y no a pocos. De todas las razas y especies, de ambos sexos, de este y otros planos… Pero nunca hasta ahora una sola muerte le hizo sentirse así. Nunca antes los ojos de un caido le miraron con tan terrible intensidad, nunca antes el olor de la sangre se le antojó tan repugnante y despreciable…

Pero las palabras de la vampira fueron claras: El corazón de un Selunita si quería volver a ver a Sulya con vida. No dio explicacion alguna, ni siquiera se molestó en demostrar que el oscuro pacto era genuino; que tal y como decía, realmente había sido ella la causante de la desaparición de la elfa, que la había secuestrado tomando venganza por la afrenta cometida contra los suyos en el asesinato de la antigua Guardiana de la cripta. Sin embargo, la duda, la desesperante posibilidad de que así fuera, no dejaba lugar a no intentarlo. Haría todo lo que fuera necesario, incluso abandonar la caza, con tal de ponerla a salvo. Cualquier cosa.

Intranquilos pasos le llevaron hasta Misnor, hogar de un templo selunita. Punzadas en el pecho cuando escuchó a la sacerdotisa Ifalna charlar sencilla y felizmente con sus dos escuderos, riendo entre comentarios cotidianos sin importancia. No era justo. Sabía ya perfectamente que el mundo no era justo, y acostumbraba a aceptarlo como un simple hecho, resignado. Pero hubo un tiempo en que también él reía y pensaba en el futuro, en que disfrutaba el cálido paso de los días en su compañía… No era justo.
- Este es el templo de la Diosa Luna, ¿verdad? – Dijo adelantándose un paso, acallando la culpa con la imagen de aquellos preciosos ojos verdes. – Necesito ayuda… Con mi problema… Consejo. – Agregó abriendo los brazos solo un poco, sin perder ese tono defensivo, frío, dejando de manifiesto cual era su condición, y por qué a los selunitas acudía.

No dudaron de él ni por un momento, aunque no habia mentido en realidad. Es solo que nunca aceptaría ya escuchar consejo alguno de nadie. Ifalna se ofreció a atenderle, pero ante su negativa de hacerlo allí por miedo a oídos ajenos, fue el paladín quien aceptó acompañarle con disposición, tras despedirse con una cálida sonrisa de la sacerdotisa. Lo condujo hasta las afueras, tras una pequeña colina apartada de miradas extrañas en la que había preparado con anterioridad un par de sencillas trampas.

El confiado hombre no tuvo tiempo alguno de reaccionar; Tan pronto como la trampa saltó, el canalla mestizo se giró y abalanzó sobre él armas en mano, atacando sin una sola palabra. No hubo oportunidad para la defensa. Aún caído en el suelo, sobre el líquido lecho de su vida escapada, sus zarcos ojos seguían clavados en él con fijeza, su rostro maduro y bondadoso deformado por el horror de la execrable traición perpetrada, acusándole de su cobarde atrocidad.

Tuvo que girarse a un lado, llevándose las manos a la boca para no vomitar, incapaz de aguantar aquella mirada. Cerró los ojos inspirando profundamente, y trató de enfriar su mente, centrándose en lo único que importaba ya, lo único por lo que lo hacía. Evocando el recuerdo de Sulya, pudo contener la náusea lo suficiente como para arrodillarse junto al paladín y, con sus propias manos desnudas, despojarle de la coraza. Hundió luego el puñal en su pecho, y forzando las costillas, escarbaron sus dedos en busca del músculo. Y los ojos, que no dejaban de mirarle, advirtiéndole mudos que los recordaría hasta el último de sus días, que el piadoso olvido no llegaría... Tomó aire lentamente, recuperando de forma gradual su superficial fachada de indiferencia y frialdad, y se recordó que nada tenía ya que perder, ningún orgullo que conservar, mientras arrancaba el puro corazón de su maltrecha jaula mortal, manchándose hasta los codos de aquella sangre marchita que parecía querer maldecirle con cada una de sus gotas.

Tras guardarlo, un papiro encantado ocultó su presencia de ojos acusadores, y emprendió la presurosa huida hacia el punto de intercambio, hacia Athkatla.

Sus pasos avanzan firmes, uno tras otro, impacientes y al tiempo temerosos. Tanto tiempo ya desde la última vez que pudo mirarla a la cara, tanto desde que recibiera un abrazo… Y el solo hecho de pensar que puede haber pasado todos estos meses, años ya, en las garras de la vampira, dispara la sangre en sus venas y le grita al oido que cualquier precio a pagar por ella, su alma misma incluida, es poco.

Pero no echa a correr; Mantiene su paso ligero, apurado. No puede permitirse ahora el lujo de llamar la atención y ser seguido, o la matará. Debe mantenerse sereno, alerta a las trampas que con toda seguridad el diablo le habrá preparado.

Los llanos están llenos de gente, como casi siempre, aventureros charlando acerca de posibles trabajos, mercaderes avanzando en sus caravanas hacia las puertas, aldeanos haciendo las compras en el mercado, y la guerra en boca de todos. Nadie le presta atención mas allá de las obligatorias miradas de morbosa curiosidad, mejor así.

Llega al umbral de las minas trasgas, la oscura boca del lobo tras la que yace encerrada, prisionera, la única luz que ha visto y verá. Se detiene un instante, tomándose el último respiro para dejar aquí atrás todo lo que no necesita. Una honda inspiración, cerrando los ojos, y deja de lado todo pensamiento no útil en adelante, enterrándolos tras la urgente necesidad que le llama desde las profundidades del subsuelo. Habrá tiempo después para odiarse y lloriquear como un niñato.

Cierra la puerta tras de sí, haciendo el menor ruido posible, y se adelanta hasta un recodo, en el que apoya la espalda en la pared, atento a los sonidos del lugar mientras sus ojos felinos se adaptan al cambio de luces. Nada mas allá del desagradable parloteo de los grandes trasgos, la puerta no se abre. Está bien, puede continuar. Avanza ya sin esconderse, a paso lento y sosegado, casi como si fuera ajeno al enorme revuelo que las patéticas criaturas organizan rápidamente cuando detectan al intruso. No dura demasiado, pero acaba con todos ellos con sus propias garras, sin un movimiento de mas, fría y sistemáticamente. La ira es un bien preciado que no debe derrocharse en vano…

Ruido de pisadas desde los túneles inferiores, metálicas, distintas a las de los trasgos. Asoma la cabeza al corredor, y ve a un joven humano herido que pelea con ellos. Se limita a avanzar hacia su destino, ignorando a unos y otros. Cuando llega a su altura, el humano ya ha acabado con sus enemigos, y le mira un tanto extrañado, saludando. Sólo una orden por respuesta, dicha con un tono áspero y hosco que no admite réplica:

-Vuelve arriba. – Y una mirada de soslayo que deja claras las consecuencias de una negativa. No puede haber riesgos, no con ella. No tarda en escuchar como los pasos se alejan, y no puede evitar sentir cierto alivio. No disfruta con ello, pero eliminará sin contemplaciones cualquier amenaza para ella. No hay forma de que no lo haga.

Sigue así descendiendo por los túneles hasta las cloacas, cauto pero resuelto, deshaciéndose de cuantos indeseables le salen al paso sin mas que sus manos, no hay remordimiento alguno con esta clase de escoria, menos aún con la basura miántropa que se agolpa justo ante el descenso al piso más profundo del complejo subterráneo.

Toma las escaleras decidido, sin disimulo alguno. Es imposible que no sepan que viene con todo el jaleo que han montado las ratas unos metros arriba, y de todas formas, de poco le serviría ocultarse ahora. Observa a su alrededor con minuciosidad, paseando la vista por el entramado de islotes conectados en este mar de aguas de desecho. Llama poderosamente la atención el intensísimo olor a podredumbre que llena el lugar, demasiado denso con mucho incluso para las cloacas… Debe haber traído a los malditos necrófagos consigo. Sigue andando, centrándose en cada rincón oscuro, cada burbuja en el agua, los sicarios pueden aguardar escondidos en cualquier parte, y este hedor mantiene embotado su olfato.

Mas las suaves pisadas no tardan en dejarse oir, apenas una caricia contra las mugrientas baldosas, con un paso minuciosamente medido, dejándose ver poco después. No hay duda, es ella; La oscura Hechicera de la Cripta se muestra majestuosa incluso en un estercolero como éste, sus vaporosos y casi ingrávidos pasos no hacen más que resaltar su impía e inmortal belleza, las negras sedas que visten su marmórea y perfecta piel parecen no hacer si no obedecer sumisas, con antinatural movimiento, a cada capricho de su antojadiza reina. Una abundante cascada de negros cabellos, oscuros y brillantes como el más perfecto de los ónices cae obediente acariciando sus hombros y espalda, enmarcando un rostro demasiado soberbio en su atractivo como para estar vivo. Y, por encima de todo, ese par de fríos rubíes que son sus ojos, los ojos de un provocativo, inteligente y cruel depredador.

Detiene su caminar con gracia, y por un momento, sonríe como si de una inocente elfa se tratase, haciendo que un escalofrío recorra su espina dorsal desde el cuello a la base.

-Has venido. – Dice complacida, y el incauto podría pensar que parece feliz.

Quizá sean sus propias imaginaciones, pero juraría que el aura de poder, de peligro a su alrededor es casi física, palpable, como si algo inmensamente mayor que lo que ve estuviese ante él. No importa cuantos monstruos parecidos cace, nunca se acostumbrará a la presencia de éste…

Pero por primera vez, el miedo no dura mas que una fracción de segundo, no le permite durar mas, pues peligra esta vez algo mucho más importante que su propia vida. Reacciona rápidamente, dando una última batida visual y auditiva a la zona antes de hablar, con una voz áspera y firme, rebosante de odio.

-¿Dónde la tienes? Suéltala ahora. –Exige ceñudo, manteniendo fijos sus ojos en los de ella, que parecen saborear cada emoción que escapa a la fachada de Aldarion, y ahora comprende. Los demás vampiros se contentan con alimentarse de sangre, pero no Ella… Ésta va mucho mas allá, pues parece saborear cada sentimiento con exquisito paladar…
-Todo a su tiempo, mi querido Cazador… Ella está aquí, oculta bajo mi ilusión. ¿Has traído lo que te pedí?

Antes de que pueda acabar la frase, el detestable trofeo de su crimen cae a un metro escaso de la hechicera, que con un simple gesto, lo hace flotar plácidamente hasta su mano. Extiende el fino y elegante índice, y lo pasa por la sanguinolenta superficie del corazón, para llevárselo luego a los labios y degustarlo, sonriendo con fruición al paladear.

-Así que lo has hecho… -Dice lentamente, sin disimular su retorcido agrado. –Has matado a un inocente…
-¡Déjate de palabrería y libérala ahora mismo! – Grita perdiendo la paciencia por un momento, llevando las manos a las vainas de su cintura, que llevan rato gritándole que no es hablar lo que debería estar haciendo.

Ella sonríe divertida, alza una mano lentamente, y a un chasqueo de dedos suyo, la ilusión desaparece, mostrando a la mortificada prisionera tras de sí. Una elfa increíblemente delgada y demacrada, prácticamente incapaz de sostenerse sobre las piernas, se tambalea débilmente tras la vampira. Sus prendas son solo sucios harapos ya, la piel visible aparece plagada por completo de marcas de mordeduras, y un lacio y maltratado mechón pelirojo cae desde su capucha.

El corazón se le encoge con agónica violencia al verla, y comprende que el origen del hedor no es otro que ella misma…

-¡¡Sulya!! – Y avanza dos pasos emprendiendo la carrera hacia ella, obedeciendo a un puro acto reflejo… Pero el filo de un ornamentado puñal rozando la garganta de la prisionera le hace detenerse en seco, clavando los talones en el suelo.

La vampira chasquea la lengua repetidas veces de forma desaprobadora, manteniendo el cuchillo contra la piel de su presa, y habla de nuevo con desesperante tranquilidad, deteniéndose a degustar cada segundo que pasa.

-No tan deprisa, mi cazador… No soy tan estúpida… Te pegarás a la pared y yo haré que ella ande hacia ti. Muévete antes y dala por muerta.
No hay lugar alguno para el orgullo ya; lentamente y de forma sumisa, alza las manos donde ella pueda verlas y retrocede hasta la pared, sin un movimiento brusco, completamente a merced de la que un día fuera elfa, que ríe terriblemente complacida al ver su rápida respuesta.

-Realmente la amabas… - Y propinando un leve empujón a su cautiva, la hace echar a andar penosamente, mientras ella retrocede unos metros.

Los segundos no pasan mientras espera pegado a la pared, obligado a ver el deplorable espectáculo de los esfuerzos de Sulya por llegar hasta él y librarse de su inacabable tortura. Las marcas y heridas abiertas de su piel son sencillamente abominables, y sus labios se mueven sin emitir sonidos bajo la mordaza, en un vano intento de revelar tormentos inenarrables…

Al fin, incapaz de contenerse por un solo segundo mas, salta hacia ella en un desesperado abrazo, rodeándola protector y cortando la línea entre ella y su captora, que se ha esfumado ya en el aire. Pero no importa, Sulya está viva. La siente temblar entre sus brazos, fría y débil, como una frágil muñeca de cristal que cualquier movimiento pudiese romper.

-Por todos los Dioses… De veras lo siento, Sulya, todo ha sido culpa mía… Pero ha acabado… -Las palabras escapan desordenadamente a sus labios, brotando tal cual nacen en caótica vorágine, mientras estrecha a su cadavérica amada contra sí. Se separa un momento cuando recupera algo de sensatez, recordando cual es su situación aún, y la libra de la mordaza, para luego echar atrás la capucha con delicadeza.

Y el mundo entero se sacude bajo sus pies en un súbito y atroz azote para, lenta pero imparablemente, empezar a desmoronarse, piedra por piedra. Se aparta un paso a un lado, aturdido y mareado incapaz de pensar ni decir nada, incapaz de respirar siquiera, solo viendo como, con una absurda lentitud, todo se viene abajo sin dejar de dar vueltas.

No es ella. La desconocida cara de la marchita elfa le mira sumida en su febril expresión. No es ella. Las peculiares astas no nacen entre su cabello, sus vulgares ojos marrones no son los cristales esmeralda que tan bien recuerda… No es Sulya.

La desgraciada alma en pena le observa con los ojos brillando apagados e idos, señal inequívoca de que un hechizo la domina, alargando una temblorosa mano hacia la empuñadura de una de sus espadas, y se lamenta con un roto y vacilante susurro.
-Yo… tengo que… matarte… Tengo que… matarte…

Y la figura de Ireth aparece sobre las escaleras. Triunfal, radiante en su devastadora victoria, reina de toda desdicha sobre este aborrecible mundo, riendo abierta y sonoramente, mostrando sus perfectos y marfileños colmillos, alimentándose y haciéndose más y más fuerte…

No es Sulya…

Cabizbajo, con el cabello cubriendo sus ojos, no hace mas que alzar despacio una mano y estirar el brazo a un lado, sin mirar, apresando el rostro de la débil elfa que sigue debatiéndose con mortificante empeño por robar su arma, aún cuando apenas se sostiene. Los sonidos se mezclan, las sensaciones se confunden, todo se hace un angustioso Pandemónium en el que lo único claro son las frías y eufóricas carcajadas del diablo.

-Dónde la tienes… -Acierta a decir una voz baja y ronca, desgarrada, en un volumen justo para apenas ser escuchada, lanzada al viento sin un destino marcado.
-Aquí mismo… No te preocupes… - Y llevando la mano a la cintura, coge una fina cimitarra de hoja negra, que lanza volando hacia Aldarion. Él la coge con la mano libre, sin un movimiento de mas, sin alzar la vista. Y al momento sabe que es la hoja que un día regalara a la peliroja, y de la que nunca se separaba. Pero antes de que pueda exigir nada, de que acierte a reaccionar en su tortuoso estado, la hechicera oscura prosigue con su truculento espectáculo, alzando la voz para asegurarse de que cada palabra es escuchada.

-¡¡Y aquí la tienes a ella para que puedas besarla!! – Grita con pérfido regocijo, arrojando escaleras abajo un cráneo, una calavera que rueda los escalones uno a uno, burlona, para ir a detenerse con deliberada lentitud a los pies del mestizo. Un cráneo coronado por dos inequívocas astas.

Hace mucho que esto es mas de lo que su mente puede soportar. En shock, noqueado completamente por el brutal golpe recibido en el único punto sensible que le quedaba, no es capaz de responder de forma alguna al infierno en tierra que las cloacas se han vuelto. Sus sentimientos se amontonan unos contra otros, agolpándose y uniéndose en una amalgama indiscernible frente a la que nada se puede hacer.

- ¡Así pagas por tu afrenta contra mi gente! ¡Yo la encontré y la capturé hace mucho! ¡Yo fui la responsable de esa desaparición suya por la que tanto te mortificas! ¡Éste es tu precio! – Y de nuevo no puede contener su cruel y retorcida risa.

El único movimiento de Aldarion son los intermitentes temblores de sus hundidos hombros, temblores involuntarios, que escapan a cualquier control, del mismo modo que las lágrimas riegan su rostro mejillas abajo, corriendo libres tras tantísimo tiempo en desasosegada y fúnebre procesión, lanzándose al vacío suicidas contra el enmohecido amante que es el suelo, tomándolas una tras otra…

- No puedes imaginar siquiera las torturas por las que ha pasado todo este tiempo… Las vejaciones que tuvo que soportar durante tantos meses… Y al final, aún recordaba tu nombre… -Añade enterneciendo la voz, presa del más oscuro regocijo, para después seguir relatando con detenimiento y lentitud, degustando cada pausa y palabra, los muchos tormentos a los que los suyos la sometieron.

La débil elfa que Aldarion aún sostiene deja escapar un sordo quejido, sorprendida, cuando la presa sobre su rostro empieza a ganar fuerza, clavándose las uñas en su piel, mientras él sigue llorando en perfecto silencio, cabizbajo, temblando sus hombros de forma mas perceptible cada vez.

-¡El sufrimiento que sientes ahora no es nada comparado con el que ella ha soportado!¡Nada! Pero no te preocupes… No sólo fui buena con ella… También con el retoño que estaba gestando!

Los gritos de la elfa se hacen perfectamente audibles ya, agónicos, mientras se sacude estertórea, debatiéndose contra la férrea presa que amenaza con aplastarle el cráneo, aullando como un animal asustado, quizás libre ya del encanto. Pero él ni siquiera la escucha. Sus ojos siguen fijos en el suelo ante sí, en la astada calavera que se recorta en su vista contra sus propios mechones, nublada por el calmo pero contínuo caudal que nace de un alma rota. Todo este tiempo odiándola por haberle abandonado… Todo este tiempo guardando rencor, negándose a buscarla, a perseguirla, por puro y estúpido orgullo, mientras ella sufría por su culpa… Podría haberla encontrado de habérselo propuesto, seguro… Podría haber evitado esto…

-¡Mírame! – Se alza imperativa la dura y femenina voz. -¡Mírame a la cara! ¡Quiero ver como te destrozas por dentro, quiero ver en tus ojos como mueres en vida! – Y la orden da paso a la mayor de las carcajadas.

El temblor de los hombros se torna incontenible, las sacudidas de la elfa agónicas ya, y entonces, ocurre. Como una ampolla demasiado hinchada, la burbuja de sensaciones revienta, llevándoselo todo, cubriendo cuanto encuentra bajo un manto de un profundo y desolador frío que quema. Sus sentidos se colapsan; deja de ver, de escuchar, de sentir… Y sólo una cosa consigue abrirse paso hasta él desde el exterior. Sólo la gélida y eufórica risa de la vampira, suave y cristalina, bella en su misma crueldad, resonando clavada en sus sienes, aferrada a lo más profundo de su ser…

Y endereza el rostro sin saberlo, para abrir la boca y dejar nacer un grito que ni siquiera oye. Su piel se torna negra como el ónice, crujiendo e hirviendo con los espasmos de la musculatura y los huesos que se deforman bajo ella. Enormes colmillos escapan a su boca, atezadas garras curvas rematan cada uno de sus dedos, y el mundo se hace un poco mas pequeño, al tiempo que blancas bandas nacen y culebrean recorriendo el oscuro terciopelo que ahora cubre su piel.

La cadavérica elfa cae decapitada cuando la garra que la sostenía se cierra por completo, y la vampira ha interrumpido su triunfal risa, con la sorpresa grabada en su níveo rostro, acallada por el monstruoso rugido que hace retumbar la misma piedra de las paredes y techo sin dejar de llorar lágrimas desgarradas.

Cuando el silencio se hace, baja la vista lentamente hasta ella, clavando en la mujer sus ambarinos ojos de bestia. No hay siquiera furia en ellos, no hay ira; sólo un frío odio, un vacío desolador sin fin… Y sin un movimiento de mas, sin un gruñido siquiera, salta, cayendo ante la atónita Hechicera Oscura un parpadeo después.

-Pero que demon… - Masculla retrocediendo, pero un rápido y brutal zarpazo corta su frase. Aún sus sobrehumanos reflejos permiten que esquive el letal golpe, pero la garra alcanza y aferra su brazo, haciendo jirones seda y piel con una fuerza que no nace mas que de la muerte. Y la vampira recuerda algo que llevaba décadas sin experimentar; siente miedo, miedo del peligro real que ella misma ha dado a luz, del monstruo que acaba de engendrar. Con inusitada rapidez, lleva la mano libre a su cintura y hunde su macabra daga hasta la empuñadura en el muslo de la criatura ante sí.

Aldarion no puede sentirlo, no puede sentir nada ya, mas que esta cosa fría y negra que le devora desde dentro. Desencaja las mandíbulas y se pega a ella, hundiendo con profundidad los marfileños puñales en su hombro, haciendo crujir el mismo hueso. Ella grita dolorida, debatiéndose en su prisión, y remueve la hoja enterrada en su pierna con virulencia.
La rodilla falla y se dobla, besando un suelo regado por la sangre de dos engendros que nunca debieron nacer, y la felina aberración arroja a la mujer volando lejos de si, hasta una valla, para llevar luego la vista al arma en su muslo, y arrancarla. Se endereza de nuevo, sin un gruñido, sin un solo movimiento innecesario, y echa a andar con lentos y pausados pasos hacia la presa que, aún aturdida, yace sentada contra el metal.

Se acerca sin un parpadeo, los regueros del llanto marcados a fuego en lo que ahora es su morro, mirándola con esa abatida serenidad que tan fuera de lugar parece en la bestia que es. Y plantándose al fin ante ella, que parece apenas poder moverse, alza ambas garras por encima de su cabeza, con deliberada lentitud, y la enronquecida y amarga voz, semejante a un cascado ronroneo, dice bajo, sin victoria alguna en su tono;
-Lo has conseguido… Esto querías, esto tienes…

Y es justo cuando las garras se precipitan abajo, que la vampira, aprovechando los valiosos segundos dados, envuelve el lugar en la más profunda oscuridad, y de alguna forma evita el golpe. El mestizo enloquece al sentir su presa escapar, y libera su frustración en un desconsolado frenesí contra todo lo que le rodea, haciendo pagar a piedra y metal por sus reiterados fallos, por su culpa… Por su pérdida.

La oscuridad se desvanece, y lentamente la furia va dando paso a un crudo y doloroso desamparo, dejando a un elfo de rodillas en el suelo, llorando como no se permitió llorar en su vida, con el desconsuelo de un niño, del que nada tiene ya a lo que agarrarse, del que nada tiene ya que conservar. Hasta que sus ojos acaban por secarse, secarse por siempre ya, sabiéndose culpables de todo lo ocurrido, sabiéndose los auténticos verdugos de la difunta Sulya, y del hijo que nunca llegó a conocer.

Se fuerza a levantarse, y baja las escaleras hasta el cráneo de la mujer que amó y ama, e hincando una rodilla en el suelo, lo recoge con infinita delicadeza, entre ambas manos, para llevarlo ante sí, y apoyar su frente en él, cerrando sus húmedos y sellados ojos, evocando cada momento, cada precioso instante compartido con ella, cada segundo de felicidad que conoció… Y por un momento, se siente tentado de buscar un lugar al que llevar este único resto suyo, un lugar en el que poder honrarla, pero enseguida recuerda, con amargura, que para Sulya, como para él, el mundo nunca guardó lugar ni reposo alguno.

Así que anda hasta el borde de las aguas, y frotando su mejilla contra ella en una última despedida, la deja caer al agua con un roto y susurrado “Lo siento”. Y Sulya se hunde lentamente, seguida por la última y rezagada de las lágrimas de Aldarion, que se aferraba aún desesperada a su mejilla esperando el momento de poder acompañar al recuerdo de la mujer allá adonde sea que van los sueños perdidos…

“Iré contigo, Sulya… Cuando acabe aquí…”

Y se da la vuelta, marchando, con el único deseo de matar, para poder morir.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Desdicha

Desdicha la del que vaga sin rumbo ni destino, pisando extraños e iguales caminos grises sin dejar huella profunda. Desdicha la del perro callejero que recuerda el calor de un falso hogar que nunca existió, durmiendo al amparo de la nostalgia.

Desdichados los que tiempo ha que no viven, pero tampoco pueden morir, tan valientes y cobardes… Desdicha la de los que vivieron, sintieron y conocieron, y tan bien saben que nada volverá. Porque han aprendido demasiado, porque crecieron de mas… Porque las heridas curan, y las cicatrices quedan.

Desdicha la del que la vida sacó del camino marcado, y sabe que nunca podrá volver. Y espera. Espera que algo ocurra, espera por nada. Al son de la solitaria armónica que las nubes tocan los días lluviosos.

Y por aqui estamos



Bueno, he tardado un poco pero ya vuelvo a tener internet y a andar detrás de una pantalla. Hace un mes ya que estoy aqui, en Coin, cerca de Málaga, viviendo solo.
La verdad es que me ha sorprendido bastante el clima y el paisaje, uno pensaba que el sur era todo llano y calor, y esto me recuerda bastante mas a Bilbao, montañas verdes por doquier y ese clima tan frío y húmedo, bastante mas frio que en Barcelona.

Quien me iba a decir a mi que iba a quejarme de frío y lluvias! Aunque en el fondo no está tan mal. Al menos empiezo a sentirme mas independiente. La casa está hecha una pocilga, para que nos vamos a engañar, y soy una catástrofe natural en la cocina, pero al fin y al cabo, para comer yo me basta y sobra.

Me ha costado lo mío ir activándome y no pasarme el día en el sofá, pero voy levantando cabeza. Aunque a veces esto es muy solitario, incluso para mí. Hay noches muy frías, que solo algo de jazz, blues o chill-out calientan, aderezadas de whisky y algun cigarro, y es que no hay peor invierno que el que no viene de fuera. Pero decidí que este es mi camino, y el viaje no ha hecho mas que empezar. Aún no estoy seguro de donde o cuando será la siguiente parada, pero no me preocupa, pues no es el destino lo que se busca, si no el trayecto en si, eso es lo que le hace a uno crecer.

Saludos a todos los que habeis seguido pasando por aqui en mi ausencia.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Uno de los clásicos

No soy yo amante de la poesía ni mucho menos, de hecho nunca me gustó, la gran mayoria de las veces no la entiendo, y si el poema en cuestión no tiene una rima sencilla, simplemente no le veo la gracia. Que le vamos a hacer si mi profundidad no da para mas, tampoco es mi estilo.

Pero hoy vagabundeando por youtube me he encontrado con esta version leida de una poesía ampliamente conocida, y mira, me habrá cogido con la guardia baja o algo, pero me ha gustado, y la comparto aqui.



Pablo Neruda: Puedo escribir los versos más tristes esta noche

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.


Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."


El viento de la noche gira en el cielo y canta.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.


En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.


Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.


Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.


Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.


Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.


La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.


De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.


Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.


Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.


Aunque este sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los ultimos versos que yo le escribo.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Pesadillas

Silbidos metálicos contra el viento, cortando la densa brisa nocturna de esta noche helada, en un bosque maldito mucho tiempo atrás por alguien que ya nadie recuerda. Rencores olvidados en la corriente del tiempo, futiles y mundanos, pero cuyas consecuencias sigue padeciendo esta tierra marchita.
Silbidos que se suceden sin descanso, continuados, acompañados por los entrecortados jadeos de una respiración a la que le cuesta ya mantener el ritmo. Las manos guían incansables ambas espadas contra las invisibles sombras del páramo, sombras que no pueden ser cortadas, ni vencidas. Sombras que no están ahí. Pero nada impide que las estocadas y abanicos se enfrenten al viento una y otra vez, en su ululante y arítmico canto de soledad. Pies descalzos que pisan hierba mucho atrás muerta, intentando seguir el ritmo de las manos, saltando, cabriolando para esquivar golpes que nadie mas que él mismo ve.

Al final, un traspié contra una raíz podrida, y el mestizo cae de rodillas sobre la blanda y húmeda tierra, dejando caer los brazos a los lados, las armas reposar en el suelo, la argéntea cascada derramada sobre sus hombros y pecho, sobre su rostro, mientras lucha por llenar con algo de oxígeno los pulmones que le arden en el pecho. Y entonces, una vez mas, como tantas otras noches, la siente, malditamente cerca de él, tan próxima y lejana... Nota con total claridad el fino dedo bajando en sutil caricia por su espalda desnuda, culebreando entre las perlas de sudor que llora su piel, deteniéndose a degustar cada relieve de sus cicatrices, resiguiéndolas como tantas veces hizo... Llega entonces la voz, indudablemente femenina, dura y delicada al tiempo, tan fría como odiosamente hechizante:
- ¿Ya no puedes mas, gatito? – Pregunta con fingida desilusión infantil, y aunque no puede verlo, el mohín en los labios carmesí se dibuja en su mente con exactitud fotográfica.

Los ambarinos ojos de Aldarion siguen fijos al frente, clavados con tensa rigidez, la sombra de la demencia pintada en desenfocados trazos oscuros bajo ellos, en unas macabras ojeras de trastornado. No quiere girarse, no puede hacerlo, no está preparado para lo que vería a su espalda. Nunca lo estará. Sabe perfectamente que no está ahí, que no puede estar ahí... Que se fue mucho tiempo atrás, sin dejar mas que una fría despedida, sin explicación, sin motivo... Sabe que se fue, aunque desde entonces le visite todas las noches. Malditos los fantasmas de aquellos que no han muerto, malditos los ojos que ven, y la mente que recuerda.

El tacto en su espalda deja de sentirse, al tiempo que rojas botas aparecen ante él. No alza la vista, hasta que los finos dedos tiran de su mentón hacia arriba, sin fuerza ni prisa, dejándole que la contemple gradualmente, extenuado como está, pero no por el ejercicio. Una mujer alta, de porte indudablemente atlético, fino y exuberante en curvas, como sus ajustadas ropas y su escueto chaleco dejan ver. Una larguísima y abundante melena de un vivo rojo cae hasta mas allá de sus caderas, cubriendo con natural y desordenada gracia la frente y cuello de la mujer, apartándose en lo alto de la cabeza para dejar nacer dos cortas astas, que lejos de resultar desagradables, no hacen mas que acentúar ese aura de atrayente peligro que la envuelve. Labios carnosos, curvados en esa media sonrisa amarga suya, ese gesto que nunca llegó a perder. La nariz fina, las cejas levemente fruncidas en su eterno gesto de desafío, y esos intensos y agudos ojos verdes, de fuego y de hielo a la vez, tan fríos como ardientes.

Le obliga a mantener la mirada fija en ella por unos momentos que no quieren pasar, que no distinguen entre segundos y días, y al fin, lentamente, sin soltarle, se agacha hundiendo una rodilla en el suelo con agilidad y elegancia, poniéndose a su altura.
- No es así como luchan los guerreros. No es así como me enseñaste a hacerlo... Te vuelves débil, Aldarion... – Añade en un quedo susurro, sin alzar la voz más de lo necesario para ser apenas escuchada, mientras acerca con deliberada lentitud los labios a los suyos, sin perder por un instante ese frío brillo en los ojos.

Y como siempre, justo en el mismo instante en que el abatido mestizo se abandona a su propia locura, en el mismo momento en que cierra los ojos, dispuesto a entregarse a ese beso que sabe fruto de la demencia, la imagen de Sulya desaparece, su cálida respiración se esfuma, y el cosquilleo de su tacto en la barbilla se deja de sentir lentamente, abandonándole una vez mas, otra noche mas, de tantas, a su amargo devenir.
El pulso se le dispara con violencia, inundando las venas de un torrente de adrenalina que hace crujir audiblemente la musculatura al sobretensarse a su paso. Los labios se arrugan, mostrando los pronunciados colmillos, el cabello se encrespa, las felinas orejas se echan atrás. Pero de alguna forma, lo contiene. Consigue sosegarse de un modo superficial que él mismo no alcanza a comprender, que no se molesta en intentar entender.
- Guárdalo para cuando lo necesites... – Cree escuchar en un lejano eco en su mente, seguido por una baja y cristalina risa...

Se alza lentamente, devolviendo las vainas a sus hojas sin un movimiento de mas, sin un solo gesto, sin emoción alguna en sus inexpresivos ojos de animal perdido, sin escuchar el torbellino de emociones que arde frío en su pecho, y que sabe que siempre estará ya ahí. Vuelve a la hoguera con paso lento, tranquilo en apariencia, mientras alza la vista a la Luna, que brilla llena en el firmamento, presidiendo el oscuro manto en su lento paseo de exhibición, seguida como siempre por sus Lágrimas. El momento se acerca, hay que ponerse en movimiento.

Se agacha frente a la hoguera, recogiendo su negro peto de cuero, y lo sacude antes de ponérselo, antes de cubrir el millar de cicatrices que el mapa de su piel resulta, culebreando al son del juego de luces y sombras que las llamas lanzan sobre el tenso e irregular tapiz. Revisa una vez mas cada puñal, cada estaca, cada vial de agua bendita... Y finalmente se pone en pie.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Que le descuenten otra vida a este gato



Ea, al final ha pasado. Y lo peor del asunto es que a nadie le ha sorprendido ni un poco; después de apenas dos meses conduciendo, he acabado por pasarme de listo y pegármela, y además a lo grande. Mi madre siempre me lo ha dicho, así es como aprendo yo, a palos, y nada mas.

Fue ayer, y ya noté algo raro cuando me monté en el coche esa mañana y salí al trabajo. Tardaba mucho en amanecer, y yo no soy una persona supersticiosa, pero esa madrugada el cielo tenía algo raro, avisaba. Hasta por un momento pensé "puede que sea hoy", aunque claro, no es la primera vez que tengo esa sensacion, y las otras veces no habia pasado de ahí.

El caso es que bueno, al salir del curro, me dijeron que ya habia acabado el contrato (de lo que tenia muchas ganas ya) y con la euforia, bajé rapidísimo por el polígono, estando el asfalto mojado. Perdí el control, lo recuperé, y lo volví a perder, para acabar entrando girado en una curva y en el carril contrario, por donde subia un camion. Le di en el lateral exterior, y el coche acabó con el culo subido en el quitamiedos de la curva y con el morro enterrado en el camion.

Tuve muchísima suerte de que fuera un camion, y de que me diera como me dió. Si no llega a subir nadie me despeño caida abajo atravesando la curva, y si hubiese sido un coche no me habria frenado lo suficiente y me habria caido igual, matando a los pasajeros con toda probabilidad. Doy gracias también por el hecho de que iba solo, porque si llego a llevar copiloto lo sacan de allí con cuchara. Para colmo, yo estoy prácticamente intacto, solo cuatro arañazos sin importancia. Extrañamente, tras abrir los ojos, escupir los cristales, y comprobar que no tenia nada irreversible, lo único que cogí antes de salir del coche fue un pequeño ambientador gastado con forma de Sol que llevaba mi madre a modo de adorno. Mi pequeño amuleto, no sé por qué, ya que nunca le habia tenido yo el menor cariño al trasto. Es curioso como reacciona uno en esos momentos.

El asunto no fue a mas, salí de allí como pude enfadado conmigo mismo y dando patadas al guardaraíl, y acabó llegando la policia y mi tío, con el que trabajo y al que fue a buscar un compañero de curro que iba tras de mi. Me obligaron a esperar una ambulancia y a ir al hospital a pesar de decirles que estaba bien, y ya está, aunque mis pobres padres se llevaron un susto de muerte, no queria contarles nada hasta llegar a casa, pero con lo del hospital no pudo ser (Aunque casi que mejor eso a que me viesen llegar lleno de sangre xD).

Lo patético del tema es que haya tenido que aprender a no hacer el niñato con el coche así. El seguro era a todo riesgo, pero aún así mi madre le tenia mucho cariño a su cochecillo, sabe mal. Y sabe aun peor pensar en lo que podria haber pasado por mi gilipollez, a mi o a terceros. Y en los dos segundos que pasaron entre que vi al camion y entre que levanté la cara del airbag y vi que estaba bien, pasé miedo, mucho miedo, de hecho.

Siempre he presumido de reaccionar bien en esas situaciones, pero durante ese corto espacio de tiempo, el miedo entró, limpia y sencillamente, con toda su fuerza, aunque enseguida se fuera. Pensé en lo patético que habria sido acabar así, haciendo el idiota y sin haber hecho nada a mis veintitrés años.

No, no voy a soltar uno de esos discursos acerca de lo bonita que es la vida y de cuanto valoro ahora lo que tengo, un susto mas no va a cambiarme tanto. Todos me han soltado el discurso de que a ver si así siento la cabeza y echo sensatez, pero me temo que he aprendido algo bien distinto; no quiero morir con remordimientos. A partir de ahora, voy a tomarme las cosas aún mas al día a día, al momento, y no pienso dejar de hacer nada ni de seguir mis impulsos por miedos, porque sea una locura, o porque sea peligroso. No quiero quedarme con las ganas de hacer algo nunca más, y el dia que caiga, sabré que fui yo hasta el último minuto, y que lo intenté.

Pero no os confundais, no estoy orgulloso de esto ni nada por el estilo, sé que ha sido una enorme irresponsabilidad sin sentido, ya que puse en peligro a mas gente además de mi, e incluso yo reconozco hoy que eso es inadmisible.

Saludos suertudos ;P

domingo, 14 de diciembre de 2008

Y como cada año, se nos echa encima la navidad...




Pues si, no es ningún secreto; Un año mas, se me ha echado la Navidad encima sin que me dé cuenta. No es que haya que prepararse especialmente para estas fechas, no soy de esas personas que disfrutan con la Navidad. De hecho, como muchos, supongo, en estos días se siente uno solo.

Pero no es como el resto del año. Me gusta salir a pasear cuando ha caído ya la noche y hace frío, ver a las parejas andando mientras miran los escaparates, todo envuelto en luces amarillas y con esos horribles villancicos de fondo... Algarabía por todos sitios, coches apresurados, lluvia y, de vez en cuando, hasta nieve, y sobre todo, grupos de gente por todas partes.

Nadie sale a la calle solo en Navidad, no se sabe por qué. Uno sale con su novia, con su madre o con su tía. Sale con su mujer y sus hijos, con el abuelo, pero no sale solo. Y dejas la cabeza vagabundear mientras andas sin rumbo fijo, perdido en ese extraño cuadro en el que te sientes tan fuera de lugar... Y por alguna razón, se me hace bonito. No lo entiendo, no sé por qué, pero ese agrio regusto que me queda en la boca cuando miro a todos lados, ese vacío en el pecho que juraría que es tristeza, me gusta en cierto modo. No puedo evitar sonreirme de medio lado, un poco, y pensar que, algo en la estampa, o mas bien toda ella en conjunto, con el ajeno paseante entre el mar de gente, no deja de resultar bella a su manera, cálida y fría a la vez, dulce y amarga.

Antes iba preparando mi estado anímico para esto durante mis paseos de otoño en los días grises, mirando la amplísima gama de marrones y naranjas de las hojas que caen. Pero al menos por aqui, los otoños han desaparecido desde hace unos años, y estas fechas me cogen siempre descolocado, como que no se ven venir.

Pero bueno, al menos me queda solo una semanita de trabajo, pronto podré dejar de tener que andar bebiendo para dormir, porque si no echo un par de tragos en las noches revueltas, pienso mas de la cuenta, y me vienen esas ganas de gritar hasta la afonía con todas mis fuerzas, de golpear cualquier cosa o a cualquiera y, también, de llorar. Pero de llorar no soy capaz desde hace tiempo, así que eso no es un problema, y como tampoco puedo permitirme ir a trabajar cada día sin haber dormido, pues se toma uno los cubatas, y mañana será otro día. Ya he pasado por esto otras veces, puedo con ello.

Estas son las últimas navidades que paso en Barcelona, por lo pronto, ya que en Enero me mudo a Málaga por mi cuenta, así que intentaré aprovecharlas y disfrutarlas. Antes me moría por que pasaran rápido para irme, pero después del chasco, sinceramente no me apetece. No, no me apetece irme ahora, no allí, pero aún menos me apetece quedarme aqui viviendo de mis padres, así que supongo que no queda otra. Ademas el contrato del alquiler del piso es solo de tres meses, luego puedo ir donde pueda o quiera, aunque no entra en mis planes el volver. No es que esté peleado con mi familia ni nada, pero simplemente quiero estar lejos, por mi cuenta. Y ver qué pasa, qué veo y conozco.

Feliz teatr...Navidad. ;)